Todo nuestro odio es producto de un mundo que nosotros creamos.

Flectere si nequeo superos, acheronta movebo

domingo, 8 de mayo de 2016

Las esposas emocionales



Un habitante de un pequeño pueblo descubrió un día que sus manos estaban aprisionadas por unas esposas. Cómo llegó a estar esposado es algo que carece de importancia. Tal vez lo esposó un policía, quizás su mujer, tal vez era esa la costumbre en aquella época. Lo importante es que de pronto se dio cuenta de que no podía utilizar libremente sus manos, de que estaba prisionero.

Durante algún tiempo forcejeó con las esposas y la cadena que las unía intentando liberarse.

Trató de sacar las manos de aquellos aros metálicos, pero todo lo que logró fueron magulladuras y heridas. Vencido y desesperado salió a las calles en busca de alguien que pudiese liberarlo. Aunque la mayoría de los que encontró le dieron consejos y algunos incluso intentaron soltarle las manos, sus esfuerzos sólo generaron mayores heridas, agravando su dolor, su pena y su aflicción. Muy pronto sus muñecas estuvieron tan inflamadas y ensangrentadas que dejó de pedir ayuda, aunque no podía soportar el constante dolor, ni tampoco su esclavitud.

Recorrió las calles desesperado hasta que, al pasar frente a la fragua de un herrero, observó cómo éste forjaba a martillazos una barra de hierro al rojo. Se detuvo un momento en la puerta mirando. Tal vez aquel hombre podría...

Cuando el herrero terminó el trabajo que estaba haciendo, levantó la vista y viendo sus esposas le dijo: "Ven amigo, yo puedo liberarte". Siguiendo sus instrucciones, el infortunado colocó las manos a ambos lados del yunque, quedando la cadena sobre él.

De un solo golpe, la cadena quedó partida. Dos golpes más y las esposas cayeron al suelo. Estaba libre, libre para caminar hacia el sol y el cielo abierto, libre para hacer todas las cosas que quisiera hacer. Podrá parecer extraño que nuestro hombre decidiese permanecer en aquella herrería, junto al carbón y al ruido. Sin embargo, eso es lo que hizo. Se quedó contemplando a su libertador. sintió hacia él una profunda reverencia y en su interior nació un enorme deseo de servir al hombre que lo había liberado tan fácilmente. Pensó que su misión era permanecer allí y trabajar. Así lo hizo, y se convirtió en un simple ayudante.

Libre de un tipo de cadenas, adoptó otras más profundas y permanentes: puso esposas a su mente. Sin embargo, había llegado allí buscando la libertad.

Igual pasa con el amor.

Llegamos al amor buscando libertad, y lo primero que hacemos es ponernos cadenas que nos limitan y limitan a nuestra pareja, limitamos los sentimientos, las atracciones y, en definitiva, ponemos límites a lo que pueden hacer o no con otras personas, convirtiéndonos en opresores y oprimidos a la vez.

Las esposas emocionales son las más difíciles de quitar, porque se aferran a lo más íntimo del ser humano, se aferran a los sentimientos, algo, que como nadie nos enseña a gestionar, danza desbocado y caótico por toda nuestra mente, y no es nada fácil romper éstas cadenas.

Tenemos que aprender a desprendernos de las cadenas sin hacer de la liberación una prisión.
Tenemos que aprender que aunque a veces necesitemos y busquemos ayuda (ya sea para liberarnos de unas esposas o de la soledad), no podemos dejar que esa ayuda se convierta en nuestro nuevo cautiverio, del que esta vez, estaremos encantados de formar parte.

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