Todo nuestro odio es producto de un mundo que nosotros creamos.

Flectere si nequeo superos, acheronta movebo

martes, 14 de abril de 2015

¿Eres social, o eres libre?

Aquí un extracto de "nueva visita a un mundo feliz", de Aldous Huxley, un libro que me costó varias vidas terminar a pesar de lo corto que es, simplemente porque a pesar de que Huxley es brillante como persona en general, como escritor (siempre desde mi punto de vista) es horrible. A pesar de todo recomiendo el libro porque me parece algo realmente útil de leer en lo tiempos que corren para tener otro punto de vista sobre como funciona el mundo. El texto es un copia y pega del libro, ya que cuando cito no me gusta alterar el texto, ni lo he pasado a inclusivo ni le he corregido los fallos ortográficos que pudiera tener, espero que disfrutéis la lectura tanto como yo.

"La Ética Social parte del supuesto de que la crianza tiene una importancia decisiva en la determinación de la conducta humana y de que la naturaleza –el equipo psicofísico con el que nacen los individuos–

es un factor insignificante. Pero ¿es esto verdad? ¿Es verdad que los seres humanos son únicamente los productos de su ambiente social? Y si no es verdad, ¿qué justificación puede haber para sostener que el individuo es menos importante que el grupo del que es miembro?

Todos los elementos de juicio disponibles indican que, en la vida de los individuos y las sociedades, la herencia no es menos importante que la cultura. Cada individuo es biológicamente único y distinto de todos los otros individuos. La libertad es por tanto un gran bien, la tolerancia una gran virtud y la uniformidad una gran desdicha. Por razones prácticas o teóricas, los dictadores, los Hombres de Organización y ciertos hombres de ciencia ansían reducir la enloquecedora diversidad de las naturalezas de los hombres a una u otra clase de gobernable uniformidad. En el primer impulso de su fervor behaviorista, J. B. Watson declaró rotundamente que no podía encontrar "apoyo alguno para las normas hereditarias de conducta ni para los especiales talentos (musicales, artísticos, etc.) que dicen que hay en las familias".

Incluso hoy un distinguido psicólogo, el profesor B. E Skinner, de Harvard, insiste en que "a medida que la explicación científica se hace más amplia, la contribución a ella que puede reivindicar el individuo mismo parece acercarse a cero. Las alabadas facultades creadoras del hombre, sus realizaciones en el arte, la ciencia y la moral, su capacidad para optar y nuestro derecho a hacerlo responsable de las consecuencias de su opción son cosas que sin excepción carecen de importancia en el nuevo autorretrato científico". En pocas palabras, los dramas de Shakespeare no fueron escritos por Shakespeare ni siquiera por Baton o el conde de Oxford; fueron escritos por la Inglaterra isabelina.

Hace más de sesenta años, William James escribió un ensayo sobre "Los grandes hombres y su ambiente", en el que se lanzó a la defensa de los individuos sobresalientes contra los ataques de Herbert Spencer. Este había proclamado que la "Ciencia" (esa personificación maravillosamente conveniente de las opiniones, en una fecha determinada, de los profesores X, Y y Z) había abolido por completo al Gran Hombre. "El gran hombre –había escrito– debe ser clasificado, con todos los otros fenómenos de la sociedad que lo ha hecho nacer, como un producto de los antecedentes de esa misma sociedad." El gran hombre es tal vez (o parece que es) el "iniciador inmediato de cambios... Pero, si ha de haber algo que sea una verdadera explicación de estos cambios, es preciso buscarlo en el conjunto de condiciones del que han surgido tanto él como ellos". Estamos aquí ante una de esas huecas honduras a las que no cabe atribuir significado funcional alguno. Lo que nuestro filósofo está diciendo es que debemos saberlo todo antes de que podamos comprender de modo completo una cosa cualquiera. Es indudable. Pero de hecho nunca podremos saberlo todo. Debemos, por tanto, contentarnos con la comprensión parcial y las causas inmediatas, incluida la influencia de los grandes hombres. "Si hay algo humanamente cierto –

escribe William James– es que la sociedad del gran hombre, llamada así con propiedad, no lo hace antes de que él pueda rehacerla. Son las fuerzas fisiológicas, con las que las condiciones sociales, políticas, geográficas y, en una gran medida, antropológicas tienen tanto y tan poco que ver como el cráter del Vesubio con la llama vacilante del gas a cuya luz escribo, las que lo hacen. ¿Es que el señor Spencer sostiene que la convergencia de las presiones sociológicas chocó de tal modo sobre Stratford-upon-Avon hacia el 26 de abril de 1564 que tuvo que nacer allí un W. Shakespeare, con todas sus peculiaridades mentales?... Y

¿quiere decir que, si el susodicho W. Shakespeare hubiese muerto de enteritis infantil, otra madre de Stratford-upon-Avon hubiera necesitado engendrar un duplicado del extinto para restablecer el equilibrio sociológico?"

El profesor Skinner es un psicólogo experimental, y su tratado sobre "Ciencia y Conducta Humana" está sólidamente basado en los hechos. Pero, por desgracia, los hechos pertenecen a una clase tan limitada que, cuando finalmente se lanza a una generalización, sus conclusiones son tan poco realistas como las del teórico Victoriano. Ello es inevitable, porque la indiferencia del profesor Skinner por lo que James llama las "fuerzas fisiológicas" es casi tan completa como la de Herbert Spencer. Descarta con menos de una página los factores genéticos determinantes del comportamiento humano. No hay en su libro la menor referencia a los datos de la medicina constitucional ni la menor alusión a esa psicología constitucional en función de la cual (sólo en función de la cual, a mi juicio) sería posible escribir una biografía completa y realista de un individuo en relación con los hechos importantes de su existencia: su cuerpo, su temperamento, sus dotes intelectuales, su ambiente inmediato de momento a momento, su tiempo, su lugar y su cultura. Una ciencia del comportamiento humano es como una ciencia del movimiento en abstracto: es necesaria, pero totalmente inadecuada para los hechos en sí misma. Consideremos una libélula, un cohete y una ola rompiéndose. Los tres son ilustraciones de las mismas leyes fundamentales del movimiento, pero cada uno de ellos ilustra estas leyes de un modo distinto y las diferencias son importantes por lo menos tanto como las identidades. Por sí mismo, un estudio del movimiento apenas puede decirnos algo de lo que, en un caso dado, se está moviendo.

Análogamente, un estudio de la conducta apenas puede decirnos algo por sí mismo del conjunto mente-cuerpo individual que, en un caso dado, está exhibiendo un comportamiento. Pero, para nosotros, que somos mentes-cuerpos, el conocimiento de los conjuntos mentes-cuerpos es de primordial importancia. Además, sabemos por observación y experiencia que las diferencias entre los conjuntos mentes-cuerpos individuales son enormes y que algunos de estos conjuntos pueden tener y tienen una profunda influencia en su ambiente social. Sobre este último punto, el señor Bertrand Russell está de completo acuerdo con William James y...

prácticamente con todos, exceptuados los proponentes de las teorías spencerianas y behavioristas. Según Russell, las causas del cambio histórico son de tres clases: el cambio económico, la teoría política y los individuos importantes. "No creo –dice– que ninguno de estos factores pueda ser desconocido o totalmente explicado como efecto de causas de otra clase." Así, si Bismarck y Lenin hubiesen muerto en la infancia, nuestro mundo sería muy diferente de lo que, gracias en parte a Bismarck y Lenin, actualmente es. "La historia no es todavía una ciencia y sólo se puede lograr que parezca tal con falsificaciones y omisiones." En la vida real, en la vida que se vive día a día, el individuo no puede nunca ser explicado como un producto de las circunstancias exteriores. Sólo en teoría sus contribuciones parecen acercarse a cero; en la práctica son de la mayor importancia. Cuando se hace un trabajo en el mundo, ¿quién lo hace? ¿De quién son los ojos y oídos que perciben, la corteza que piensa, los sentimientos que motivan, la voluntad que vence los obstáculos? Desde luego, no los del ambiente social, porque un grupo no es un organismo, sino una organización ciega e inconsciente.

Cuanto se hace dentro de una sociedad se hace por individuos. Estos individuos están, desde luego, profundamente influidos por la cultura local, los tabúes, los principios morales, la información veraz o falsa heredada de lo pasado y preservada en un cuerpo de tradiciones orales o de literatura escrita, pero, sea lo que fuere lo que cada individuo tome de la sociedad (o, para ser más exactos, de otros individuos asociados en grupos o de las simbólicas constancias compiladas por otros individuos, vivos o muertos), lo utilizará a su modo único, con sus sentidos especiales, su constitución bioquímica, su físico y temperamento, no al modo de ningún otro. Ninguna cantidad de explicación científica, por muy amplia que sea, puede eliminar estos hechos evidentes.

Y recordemos que el retrato científico del hombre como producto del ambiente social que hace el profesor Skinner no es el único retrato científico. Hay otros parecidos más realistas. Veamos, por ejemplo, el retrato del profesor Roger Williams. Lo que pinta no es la conducta en abstracto, sino los conjuntos mentes-cuerpos comportándose, unos conjuntos que son los productos en parte del ambiente social que comparten con otros conjuntos y en parte de su propia herencia privada. En The Human Frontier y Free but Unequal, el profesor Williams ha examinado detenidamente esas diferencias innatas entre los individuos para las que el doctor Watson no encuentra apoyo y cuya importancia, a juicio del profesor Skinner, se acerca a cero. Entre los animales, la variabilidad biológica dentro de una especie dada se hace más y más notable a medida que ascendemos en la escala de la evolución. Esta variabilidad biológica llega a su máximo en el hombre, y los seres humanos exhiben un grado de diversidad bioquímica, estructural y temperamental superior al que se observa en los miembros de cualquier otra especie. Es un hecho perfectamente observable. Pero lo que he llamado Voluntad de Orden, ese deseo de imponer una inteligible uniformidad a la desconcertante variedad de las cosas y los acontecimientos, ha inducido a muchos a desconocerlo. Han reducido a un mínimo la singularidad biológica y han concentrado toda su atención en los más sencillos y, en el estado actual de los conocimientos, más comprensibles factores ambientales del comportamiento humano.

"Como consecuencia de estas ideas e investigaciones centradas en el ambiente –escribe el profesor Williams–, la doctrina de la uniformidad esencial de los infantes humanos ha conquistado una vasta aceptación y tiene el apoyo de numerosos psicólogos sociales, sociólogos, antropólogos sociales y muchos otros, con inclusión de historiadores, economistas, educadores, juristas y hombres públicos. Esta doctrina ha quedado incorporada a las ideas que prevalecen en muchos de los que participan en la determinación de los principios educativos y de política, y es frecuentemente aceptada sin discutir por quienes piensan poco por propia cuenta."

Los sistemas de ética y derecho basados en esta errónea opinión sobre la naturaleza de las cosas fueron la causa (durante los siglos en que fueron tomados muy en serio por hombres con autoridad) de males aterradores. La orgía de espionajes, linchamientos y asesinatos judiciales que estas ideas equivocadas acerca de la magia hacían lógica y obligatoria no fue igualada sino hasta nuestros días, cuando la ética comunista, basada en una opinión errónea de la economía, y la ética nazi, basada en una opinión errónea de la raza, ordenaron y justificaron atrocidades en una escala todavía mayor. Consecuencias apenas menos indeseables tendría probablemente la adopción general de una Ética Social basada en el error de que nuestra especie es una especie completamente social, de que los infantes humanos nacen uniformes y de que los individuos son el producto de un acondicionamiento operado por el ambiente colectivo y dentro de él. Si estas ideas fueran correctas, si los seres humanos fueran realmente miembros de una especie verdaderamente social y si sus diferencias individuales fueran insignificantes y pudieran ser completamente borradas con el apropiado acondicionamiento, es evidente que no habría necesidad alguna de libertad y que el Estado tendría justificación para perseguir a los herejes que la reclamaran. Para el termes individual, servir al termitero es la libertad perfecta. Pero los seres humanos no son completamente sociales; son tan sólo moderadamente gregarios. Sus sociedades no son organismos como la colmena o el hormiguero; son organizaciones; son, en otros términos, mecanismos ad hoc para la vida colectiva."

En otras palabras, Huxley opinaba que, si bien los factores externos ejercen una poderosa influencia en el ser humano, nuestra genética juega un papel decisivo en nuestra forma de ser, nuestras decisiones y nuestras capacidades. No somos machistas (por poner un ejemplo a la orden del día) sólo porque la sociedad nos haya hecho interiorizarlo, la sociedad te bombardea con una información pero TÚ decides que hacer con ella, nosotres tenemos siempre la última palabra ante lo que el sistema trata de imponernos. No importa cual sea la situación, tu mente es única, tu cuerpo es único, solo tú puedes decidir lo que haces con tu vida (dentro de las posibilidades humanas) y con todo lo que sabes o crees saber.

Ahora se te plantean dos opciones, renunciar a tu libertad, ser un ser plenamente social como bien afirman muchos psicólogos y charlatanes modernos, rendirte ante la colmena y subyugar tu mente ante los deseos de los poderosos que manejan el sistema, O bien decidir convertirte en un ser humano libre, un ser humano que no se limite a recoger información y repetirla, si no que la filtre, que reflexione, que dude... un ser humano que sea consciente de que es único, de que como él no existe absolutamente ningún otro, y que bajo éstos términos, es inmanipulable, ya que la manipulación mediática/social está pensada para la masa, para la colmena, pero él no es parte de la colmena, él tiene pensamiento propio, individual, y no necesita, ni permite, que nadie piense por él.

Sólo cuando seamos completamente conscientes del poder de ser úniques e irrepetibles, podremos conseguir la libertad individual y (por tanto) colectiva.


lunes, 6 de abril de 2015

Entre Hojas VI

Éste "entre hojas" lo voy a dedicar a los cuentos, esos grandes amigos que nos enseñan haciéndonos reflexionar y evolucionar por nosotros mismos. Éste cuento está extraído del libro "cuentos para pensar" de Jorge Bucay, os dejo el enlace de descarga aquí. Bueno, no me enrollo más y os dejo disfrutar de éste maravilloso cuento, espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice y os anime a leeros el libro.



La ciudad de los pozos

Esa ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esa ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... pero pozos al fin.

Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.

La comunicación entre los habitantes de la ciudad era brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano. La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido. Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas.

Algunos se llenaron de joyas, monedas de oro y piedras preciosas.

Otros más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos.

Algunos más, optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas post-modernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.

Paso el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.

Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior.

Uno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose. No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada. Todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.

Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. Él pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad. Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho.

Pronto se dio cuenta que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido. Al principio tuvo miedo al vació, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.

Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había desecho. Un día, repentinamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: ¡¡¡Adentro, muy adentro, y muy en el fondo encontró agua!!!

Nunca antes otro pozo había encontrado agua.

El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia afuera. La ciudad nunca había sido regada más que por lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar. Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después. La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel".

Todos se preguntaban cómo había conseguido el milagro. Ningún milagro -contestaba El Vergel - hay que buscar en el interior, hacia lo profundo.

Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desecharon la idea cuando se dieron cuenta que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas.

En la otra punta de la ciudad otro pozo, decidió correr también el riesgo al vacío. Y también empezó a profundizar. Y también llegó al agua. Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo.

¿Que harás cuando se termine el agua? - le preguntaban.

No sé lo que pasará - contestaba - Pero, por ahora, cuanto más agua saco más agua hay.

Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, casi por casualidad los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto: La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar.